Después de un rato paseando, dio con una librería pequeña, con el escaparate atestado de libros, que, de algún modo, habían encontrado la manera de convivir en aquel reducido espacio sin estorbarse mutuamente, y sin robarse el protagonismo los unos a los otros. En lugar de competir entre si, como ocurría en algunas librerías en las que los best Sellers estaban ordenados según el ranking de los más vendidos, nadie podría adivinar, por la disposición de los volúmenes, cual era el favorito de la persona que los puso en su lugar. Se diría que cada uno de ellos tenía algo especial.
El diablo decidió que ese era un buen lugar para empezar, y entró. El interior de la librería olía agradablemente. No a azufre, como le habría gustado, pero el olor de todos aquellos libros juntos, algunos desde hacía más tiempo, otros más novedosos, también era bueno. La librera estaba sentada en una mesa junto al mostrador, repasando con interés algún tipo de listado.
En cuanto escuchó la puerta abrirse, la muchacha se puso en pié y sonrió al recién llegado, con la boca, y también con sus ojos azules. Fue una sonrisa que sorprendió ligeramente a Ignitus, puesto que en el infierno nadie sonreía así. Allí sólo se sonreía con la boca, y nunca con los ojos. Le pareció que el estilo de sonrisa de la librera era mucho mejor.
– ¡Hola! ¿En qué te puedo ayudar? – preguntó ella alegremente.
– Buscaba un libro sobre cómo enamorarse – repuso el diablo.
La muchacha permaneció en silencio durante un momento ante tan inesperada petición, pensando, y luego volvió a preguntar, inquisitiva:
– ¿Sobre cómo enamorarse, o sobre cómo ligar?
Esta vez fue Ignitius el que tuvo dudas. Tras pensarlo un instante, se decidió a preguntar por la diferencia entre una cosa y otra.
– Un momentito, que ahora mismo te lo voy a explicar – le dijo la muchacha, y se dirigió a la parte trasera de la tienda a buscar algunos libros. Cuando regresó, llevaba tres volúmenes, uno más grueso, y otros dos más finos, con tapas flexibles de papel satinado y colores brillantes. En uno de ellos se apreciaban siluetas sugerentes de mujeres, e Ignitius no pudo evitar preguntarse por qué la muchacha había supuesto que le atraían las mujeres, si él no había dicho nada al respecto. Sin embargo, no tuvo tiempo de hacer la pregunta en voz alta, puesto que la chica se marchó a toda velocidad, a por más libros. Minutos más tarde, regresó con otros tres volúmenes, encuadernados en tapas duras, y con las hojas más gruesas. Tenían aspecto de ser más viejos.
– ¡Aquí están! – dijo ella satisfecha, poniendo una mano sobre cada pila de libros -. Estos tres libros son sobre cómo ligar – dijo señalando con su mano derecha los libros de tapas flexibles- . El autor promete que si te los lees y aplicas lo que pones, las mujeres caerán rendidas a tus pies. Yo los he ojeado, y no sé qué decirte, aunque supongo que en algunas cosas lleva razón… En fin, no sé, ya me lo dirás si los lees. En cambio, estos otros tres – dijo dando un suave golpecito con su mano izquierda sobre los libros de tapas duras – son tres historias de amor. Pero de amor del de verdad, no del que viene en estos otros libros – señaló de nuevo a los libros de la derecha, con una ligera mueca de desaprobación -. No es lo mismo ligar con alguien que amar tanto a alguien que darías todo por esa persona ¿Comprendes?
– Pues no mucho, la verdad… – dijo Ignitius confundido por toda la información que acababa de recibir. A él la distinción entre una cosa y otra le parecía bastante sutil, pero para la librera en cambio, resultaba evidente, y tal vez para Belcebú también lo fuese. Lo peor era que tendría que quedarse en el mundo mortal hasta que lo hiciera bien. Su amo no aceptaría una chapuza.
La muchacha, viendo la confusión de su cliente, decidió no perder la ocasión de hacer una buena venta.
– ¿Y si te llevas uno de cada? Los lees, piensa sobre ellos, y si tienes alguna duda, vuelves y ya vemos cuales son los que te convienen más. ¿Qué te parece?
– Mejor me los llevo todos, y así voy a lo seguro – repuso Ignitius. Después de todo, tenía crédito ilimitado con la banca demoníaca.
– Muy bien – dijo la librera, sonriendo todavía con más alegría. El cliente era un poco raro, pero se llevaba seis libros, y había confiado en su criterio para elegir los títulos, sin protestar ni poner pegas. ¿Qué más podía pedir? -. En ese caso, le haré un descuento.
Ignitius salió con sus libros metidos en dos bolsas de plástico. Era normal llevarlos así, pues pesaban demasiado para acarrearlos todos juntos en una sola mano, pero, al mismo tiempo, el diablo no podía dejar de pensar que era como si la librera desease destacar una diferencia fundamental e irreconciliable entre los volúmenes de una y otra temática, pues había tenido buen cuidado de no mezclarlos.
Hecho esto, buscó alojamiento en un hotel, en el que se registró como Ignacio, que era el nombre que figuraba en sus documentos humanos, y se puso a leer sin parar. Decidió intercalar unas lecturas con otras, así que primero leyó “Como convertirse en un seductor”, después “Drácula”, a continuación “Aprende a ligar en 10 pasos”, luego “Cumbres borrascosas”, más tarde “Secretos de seducción”, y, finalmente, “Romeo y Julieta”, que, como era el más fino de todos, se lo dejó para el final.
Cuando terminó, había pasado una semana entera, en la que no había hecho más que leer, con breves descansos para salir a comer algo, y las necesarias paradas para dormir, que exigía aquel cuerpo mortal. En cuanto cerró las tapas de “Romero y Julieta”, se dirigió a la librería indignadísimo.
En la librería encontró de nuevo a la muchacha, que volvió a sonreírle al verle llegar. La sonrisa de ella mitigó un poco la indignación, pero aún así, Ignitius necesitaba hablar con ella.
– Esos libros de amor que me diste, son intolerables. ¿Por qué la gente se comporta de manera tan absurda en ellos? – preguntó el demonio – ¡Sólo me has dado libros sobre gente irracional, sin un gramo de sentido común! ¡Que estúpidos eran Romeo y Julieta! ¡Primero él se suicida pensando que ella ha muerto, y luego ella, al verlo muerto, se suicida! ¿Qué clase de final es ese? ¡Si hubiesen esperado un poco, habrían podido vivir los dos juntos y felices! ¡O haberse enamorado de otra persona! Me has recomendado el peor libro del mundo.
La muchacha se molestó un poco por la reacción de su cliente ¡Ni que hubiese escrito ella los libros! Y… ¡hablar así de Romeo y Julieta, que era una de las grandes obras de la literatura universal! Justo iba a decir algo desagradable cuando se dio cuenta de que, si aquel hombre opinaba así, debía ser que nunca se había enamorado de nadie. Entonces su enfado se convirtió en comprensión, y decidió explicárselo.
– Lo que pasa – dijo ella -, es que cuando te enamoras de alguien, pero de verdad, estás tan bien con esa persona, que esa persona lo es todo para ti, y sin ella, te parece que la vida no tiene sentido. Por eso Romeo se suicida cuando cree que Julieta ha muerto, y luego ella, cuando descubre que él se ha suicidado por su causa, se suicida también. Porque el amor es tan grande, que una vez que lo has conocido, ya no puedes vivir sin él.
– ¿Cómo va a ser eso? – preguntó el diablo -. Yo no me he enamorado nunca, y estoy muy bien. Si amase a alguien, y este alguien se fuese, entonces volvería al estado actual, es decir, a estar como ahora. ¡No pasaría nada! ¡No entiendo a qué viene tanto sufrimiento! Además, teniendo en cuenta que la vida humana es frágil y está llena de avatares, es probable que uno de los muera antes que el otro. O que se enfaden. O que uno sea infiel… ¿Por qué arriesgarse a enamorarse, y después sufrir cuando se acaba el amor? Para eso, es mucho mejor no enamorarse nunca ¿No crees?
– Es mejor haber amado y perdido, que no haber amado nunca – sentenció la librera -. Si no lo entiendes… – sonrió pícaramente -. Ya lo entenderás cuando encuentres el verdadero amor.
¡El verdadero amor! El diablo sintió que la conversación iba derivando hacia terrenos más interesantes, así que preguntó:
– ¿Y cómo se enamora uno? En los libros no pone mucho en concreto sobre eso…
– No lo sé – dijo la librera, encogiéndose de hombros -. Yo creo que esos libros de ligar no sirven para mucho. Los libros de biología dicen que es una cuestión de química cerebral, pero tampoco aclaran demasiado las cosas. Las personas se conocen, hablan, se caen bien, y cuando se quieren dar cuenta… ¡Se han enamorado! Es así de fácil, y así de difícil, porque nunca sabes si tú le gustas a quien te gusta a ti, así que tienes que averiguarlo, y conseguir gustarle. Y si tú le gustas, y él te gusta, entonces podéis empezar a conoceros, y con suerte y paciencia, poniendo cada cual un poquito de su parte y mucha ilusión y cariño, es cuando, sin darte cuenta, te enamoras.
– Pero yo no conozco a nadie – repuso Ignitius, un poco preocupado -. Y me quiero enamorar.
– ¿Eres nuevo en la ciudad?
– Algo así, llegué la semana pasada… No sé como empezar a hacer amigos.
– Bueno, pues me conoces a mí – dijo la librera con una sonrisa -. Me llamo Victoria ¿Y tú?
El diablo continuó llevándose libros de amor que le recomendaba Victoria, y luego regresaba y los comentaba con ella. Un día, ella le propuso que fuesen al cine, pues reponían la versión de “Drácula” de Coppola, y estaba deseando verla. Ignitius accedió encantado, y aquella misma noche, mientras cenaban después de la película, se besaron por primera vez.